Retomando de nuevo el tema acerca de las
mujeres en el mundo filosófico, podríamos incluir a Aesara de Lucania como la
última filosofa de la que se tiene una información precisa perteneciente al
pitagorismo. Bien es sabido que existían muchas otras alrededor de esta escuela
como Melisa de Samos, Phintys de Esparta, Tymica de Lacedemonia y un largo
etcétera; sin embargo, los datos que se tienen de su vida y/u obras son escasos
y no demostrados existiendo solo algunas cartas o epístolas hacia otras mujeres
pitagóricas.
Por todo esto, nos hemos referido solo a
aquellas de las que tenemos información más contrastadas y que de alguna forma
sus nombres y trabajos han llegado a ser de importancia en la actualidad, pues
sabemos que en aquella época poco podía aportar una mujer a los diferentes
campos del saber.
De esta manera, hasta aquí las mujeres
filosofas del pitagorismo y lo que de ellas se sabe a día de hoy. Es importante
destacar que fueron pioneras y es lamentable
tanto la poca información que se tiene sobre ellas como lo dispersa que
se encuentra.
La hipótesis es bastante pragmática, pues, dado el carácter de toda
secta, de alejarse de la sociedad y constituir un grupo diferente e
independiente, se hace necesaria la participación y colaboración femenina para
la perpetuación biológica del grupo.
Por otra
parte, las hipoconsecuencias las consideran antropo-religiosas: La primera viene
dada por la naturaleza propia de la filosofía pitagórica, que, lejos de
asemejarse a la reflexión jonia, desarrolla una filosofía popular, antropológica, que entiende las
relaciones sociales y familiares como elementos filosóficos de vital
importancia.
De esta manera, las relaciones familiares se vuelven en Pitágoras
problema filosófico y las mujeres ocupan un espacio propio que será resuelto
mediante la gran doctrina de la armonía universal.
La segunda hipoconsecuencia es la siguiente, el sistema
filosófico-religioso pitagórico, influenciado por el orfismo, la inmortalidad del alma, la
vida tras la muerte, la necesidad de purificación y la
transmigración de las almas a través de otras especies de seres vivos, entendía
a todos los seres animados formando parte de una misma parentela. En este sentido, no
había excepciones, hasta tal punto que, Pitágoras, incluso hablaba con los
animales para que desistiesen en algún hábito negativo que poseían. Por lo tanto, el
pitagorismo encierra una paideia
de liberación cuyo objetivo era librar al individuo de aquellas
trabas físicas y psicológicas que no le permitían alcanzar la purificación.
Desde el ámbito
físico, esto lo lleva a cabo a través de una dieta casi “vegana”,
consecuente con la doctrina antropoecológica que
mantenía; mientras que en el ámbito
psicológico o espiritual, a través de una educación y didáctica dada en
dos niveles. El primero de ellos de marcado carácter moral para los seguidores
acusmáticos, y un segundo nivel más conceptual dado a los discípulos
matemáticos.
Es este sentido, la idea de salvación
universal del pitagorismo fue la que hizo que no existiese discriminación
posible hacia las mujeres, desde el punto de vista de su aceptación en la
escuela. Otra cosa bien distinta es si esta aceptación se llevó a cabo en
igualdad de condiciones.
Esto, ciertamente, no lo podemos saber, ya que del hecho de que existiesen mujeres aceptadas en la escuela, no se sigue un ideal de igualitarismo, aunque Pitágoras muestre gran respeto hacia las mujeres cuando se dirige a ellas.
En la posición opuesta encontramos dos tesis que nos pueden ayudar a
verlo no necesariamente como un igualitarismo. La primera es el comentario
de Margaret Alic en el
ya citado libro sobre Hipatia:
En definitiva, siempre quedara la duda sobre si existía igualdad REAL
entre hombres y mujeres en la escuela pitagórica pero lo que si queda claro es
que para Pitágoras las mujeres forman parte del ciclo natural y social y por
tanto han de ser educadas igual que los hombres. Sin embargo cabe analizar esto
pues, del hecho de que haya que educarlas como a los hombres, no se sigue que
sean igual que los hombres. La ausencia de discriminación para formar parte de
la secta no impidió su discriminación dentro, pues, Pitágoras no fue
precisamente un emancipador de las mujeres, sino que más bien continuó el
modelo de discriminación de género. Mientras que los hombres pitagóricos se
reservaron las tareas públicas y de gobierno, es curioso ver cómo las mujeres
pitagóricas elaboran un discurso privado y de resignada justificación del statu
quo social, por tanto igualdad en el sentido estricto de la palabra
sería discutible que existiese en esta escuela de gran renombre.
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